José Ortega y Gasset
Ya lo decía un famoso juez alemán del
siglo pasado: la mayoría de las cosas son complicadas, y la culpabilidad
es siempre un tema peliagudo.
Sin embargo, en nuestro país el tema de la culpabilidad personal se toma bastante a la ligera,
puesto que las dimisiones son contadas, y casi siempre obligadas.
Actualmente hay más de 1.900 imputados, y al menos 170 condenados en más
de 130 causas por corrupción, además de varias operaciones en curso.
Pero no pensemos que esta lacra afecta
solo a nuestro país. Hace menos de 20 días que en Japón dimitieron dos
ministras por motivos que guardan gran relación con la casuística
española. Las responsables de Justicia, Midori Matsushima, y
de Economía, Comercio e Industria, Yuko Obuchi, presentaron sus cartas
de renuncia con apenas unas horas de diferencia, presionadas por la
oposición debido a supuesta corrupción y financiación ilegal. La primera
de ellas es sospechosa de haber distribuido regalos a los electores, algo
prohibido por ley en Japón, y la segunda de haber financiado, a través
de grupos de apoyo, viajes para los mismos y malversado fondos públicos
para comprar productos y contratar servicios de empresas de familiares. El
primer ministro Shinzo Abe no tuvo ningún tipo de reparo en expresar,
de manera abierta y clara, su indignación y repulsa por la actuación de
las que eran dos personas de su máxima confianza.
Haciendo un ejercicio de política
comparada, vemos como en España nos pierden las formas. Hemos sido
testigos de expresiones como la persona a la que usted se refiere,
por parte del Presidente del Gobierno respondiendo a los periodistas
sobre un imputado de su partido, o cómo el secretario general de PSOE
evita a cualquier medio decir Podemos, y habla en su lugar de populismo. Parece ser que sus asesores no se dan cuenta de que solo se domina lo que se nomina,
y que lo peor que se puede hacer es negar el marco, porque así
precisamente se evoca: cuando Richard Nixon apareció por primera vez en
televisión, tras destaparse el caso Watergate, sus primeras
declaraciones fueron “yo no soy un chorizo”
¿Y qué pensaron los ciudadanos? Exacto, que era un chorizo.
Siempre es más fácil pedir perdón que pedir permiso, así que a nuestros representantes no les ha importado mucho pasarse de la raya. Con
demasiada facilidad nos olvidamos de que tenemos dos orejas y una boca,
y que su uso inteligente implica tener en cuenta esta proporción.