lunes, 17 de noviembre de 2014

Negligencia verbal

El mando debe ser un anexo de la ejemplaridad
José Ortega y Gasset

Ya lo decía un famoso juez alemán del siglo pasado: la mayoría de las cosas son complicadas, y la culpabilidad es siempre un tema peliagudo.
Sin embargo, en nuestro país el tema de la culpabilidad personal se toma bastante a la ligera, puesto que las dimisiones son contadas, y casi siempre obligadas. Actualmente hay más de 1.900 imputados, y al menos 170 condenados en más de 130 causas por corrupción, además de varias operaciones en curso.

Pero no pensemos que esta lacra afecta solo a nuestro país. Hace menos de 20 días que en Japón dimitieron dos ministras por motivos que guardan gran relación con la casuística española. Las responsables de Justicia, Midori Matsushimay de Economía, Comercio e Industria, Yuko Obuchi, presentaron sus cartas de renuncia con apenas unas horas de diferencia, presionadas por la oposición debido a supuesta corrupción y financiación ilegal. La primera de ellas es sospechosa de haber distribuido regalos a los electores, algo prohibido por ley en Japón, y la segunda de haber financiado, a través de grupos de apoyo, viajes para los mismos y malversado fondos públicos para comprar productos y contratar servicios de empresas de familiares. El primer ministro Shinzo Abe no tuvo ningún tipo de reparo en expresar, de manera abierta y clara, su indignación y repulsa por la actuación de las que eran dos personas de su máxima confianza.

Haciendo un ejercicio de política comparada, vemos como en España nos pierden las formas. Hemos sido testigos de expresiones como la persona a la que usted se refiere, por parte del Presidente del Gobierno respondiendo a los periodistas sobre un imputado de su partido, o cómo el secretario general de PSOE evita a cualquier medio  decir Podemos, y habla en su lugar de populismo. Parece ser que sus asesores no se dan cuenta de que solo se domina lo que se nomina, y que lo peor que se puede hacer es negar el marco, porque así precisamente se evoca: cuando Richard Nixon apareció por primera vez en televisión, tras destaparse el caso Watergate, sus primeras declaraciones fueron “yo no soy un chorizo”
¿Y qué pensaron los ciudadanos? Exacto, que era un chorizo.
Siempre es más fácil pedir perdón que pedir permiso, así que a nuestros representantes no les ha importado mucho pasarse de la raya. Con demasiada facilidad nos olvidamos de que tenemos dos orejas y una boca, y que su uso inteligente implica tener en cuenta esta proporción.